Data-civitas

¿Qué huella simbólica nos dejó la era post-pandemia en la ciudad?
¿Qué referentes de nuestras interacciones se modificaron? ¿Los datos pueden hablar de quiénes somos y qué hemos sido? ¿Anhelaremos el silencio ahora que podemos volver a los espacios comunes de la ciudad?
Conforme salíamos del confinamiento y del silencio y la monotonía, la ausencia de movimiento en la Ciudad de México se fue quedando atrás y durante este transitar, añoré el referente simbólico de la quietud, para darle lugar a la necesidad de explorar, tejiendo una investigación propia que se dio desde el anhelo de la contemplación.
Desde mi percepción, se iba modificando la gestualidad colectiva y, cada nuevo día que nos acercaba a la “nueva normalidad”, este flujo y mi apetito por la calma se acrecentaba. El devenir desde una individualidad muy quieta y transparente arrojaba datos que modificaron, transformaron y mutaron mi (nuestro) recorrido desde la imposibilidad de transitar en el espacio público hasta llegar a una progresión paulatina de vuelta a la realidad.
Debo confesar que, desde esta relación con el espacio predominantemente privado, se incentivó mi mirar hacia “el afuera” de la Ciudad de México para descubrir que los objetos citadinos tienen un alcance infinito de relaciones y que, desde la observación colectiva de los datos que se producen con el interactuar humano; así como desde la mirada de un análisis numérico que no proviene únicamente de la posibilidad de hacer un inventario, sino de la voluntad de jugar con los datos, se puede regresar, cuando queramos, a los objetos detonadores de redes que habitan nuestra ciudad y que nos develan ese entramado simbólico donde lo poético se libera cuando se ejercita la posibilidad de expandir la apreciación de la imagen, a través de una interfase visual que recurre a la huella digital humana y nos muestra quién y cómo somos.
Es cierto que los datos siempre han estado presentes en la toma de decisiones, pero lo relevante de esta propuesta y de mi búsqueda, a mi parecer, consiste en que donde antes una imagen representaba la realidad en la ciudad porque tenía una única posibilidad para habitarse y definirse, ahora –además– se puede leer con una función simbólica que nos permite comprenderla y entenderla desde múltiples recorridos recreados desde la plataforma (interfase), dándole lugar a la polisemia de relatos de una diégesis urbana sujeta a nuestra interpretación que nos muestra la afinidad casi innumerable del entramado entre objetos, ciudad, habitar y flujo humano.
Cada esquina, cada parque, cada intersección, el árbol, el columpio deshabitado, la ventana, el puesto de quesadillas, el edificio nuevo, la alberca pública, la red del metro, las bicicletas de tacos al pastor y las azoteas tienen un potencial infinito de relaciones que nos permiten no únicamente identificar tendencias, patrones o comportamientos, sino que, además, gracias al análisis de información y de la propuesta estética es posible transitarlas como devenir simbólico poético para dar lugar a que, casi cualquier objeto, nos confirme nuestro presente y lo efímero de la existencia humana, pero también nos arroje la posibilidad de mostrar quiénes hemos sido o cómo seremos en el futuro: se tiene una datahistoria que pretende abrir la posibilidad de que nos acerquemos a infinitas eventualidades que se pueden crear desde la ficción, basándonos en lo “real” de los datos abiertos impulsando la filosofía del acceso a nuestra propia información de manera libre, sin restricciones ni mecanismos de control, acentuando la apropiación de nuestra existencia colectiva e individual.